Cómics
Rastro de sangre
Mariano Sicart rastrea y analiza las ediciones que recopilan en español el último relanzamiento del personaje, a cargo de Greg Rucka y Marco Checchetto.
Un tiro al aire
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde que Gerry Conway, John Romita y Ross Andru crearan al violento personaje en 1974, para las páginas de ‘The Amazing Spiderman’ N°129; aquel ocasional contendiente del arácnido cosechó éxitos y fracasos en las diversas series que protagonizó.
Sus mejores interpretaciones a lo largo del tiempo tuvieron en los guiones a grandes nombres de la industria, como Mike Baron, Chuck Dixon, Garth Ennis, Matt Fraction y Jason Aaron, pero todos ellos compartieron en determinado momento un mismo problema, el entorno superheroico que lo rodea, algo que debieron resolver de distintas formas. Pasa que no es fácil lidiar con alguien que toma vidas humanas como primer y único modo de acción, en una inacabable cruzada contra el crimen.
Por ello, cuando en 2011 Marvel anunció que el encargado de comandar la novena serie del antihéroe era Greg Rucka, un guionista proveniente de la novela policial, de recordado paso por DC en Batman, donde revitalizó al Departamento de Policía de Gotham, el mundillo comiquero tomó nota. Algo bueno se avecinaba. Y este último punto, el de la interacción de Castle con el resto de la comunidad heroica de Marvel, no iba a pasar desapercibido, como otras veces. Al contrario, iba a ser determinante. Basta de mirar para otro lado mientras el exmarine desarrolla su violento accionar. Basta de desvincularlo del universo para publicarlo en subsellos orientados al público adulto. El problema de El Castigador merece un cierre definitivo. Alguien tiene que hacerse cargo.
La balacera
La novena serie del vigilante neoyorquino debutó en las bateas norteamericanas en Agosto de 2011, titulándose ‘The Punisher’ a secas, con un equipo creativo comandado por Rucka, el dibujante italiano Chechetto y el colorista Marc Hollingworth. Los siete primeros números, publicados en nuestro país por Ovni Press en dos tomos, dan cuenta de un extenso arco argumental a modo de presentación de situaciones y personajes.
El punto de partida se establece a partir de una historia conocida, pero distinta, la masacre suscitada en el interior de un salón de fiestas de Manhattan en momento de celebrarse el casamiento entre la Sargento de los Marines Rachel Cole y el cirujano Daniel Alves, con casi una treintena de muertos en lo que parecía ser un evento azaroso, perpetrado por un grupo de personas fuertemente armadas que responden a la misteriosa organización delictiva conocida -ironía mediante- como la Bolsa de Comercio. La novia sobrevive al atentado, y buscará venganza. Castle se interesará en la noticia, y rastreará a los culpables. Obviamente, sus caminos se cruzarán, con inesperados resultados.
Como en cualquier buen thriller que se precie de tal, en el medio de todo el asunto, la policía y los medios de comunicación confluirán, con diferentes miradas en torno al caso, y a las sucesivas intervenciones del vigilante urbano. En tal sentido, el autor presenta a dos nuevos personajes complementarios y opuestos, el veterano Detective primero Oscar Clemons –físicamente retratado como Morgan Freeman– y el novato Detective Walter Bolt, que tiene alguna deuda pendiente con Frank. Norah Winters, una joven y blonda reportera del Daily Bugle, que cuenta con la asesoría de Ben Urich, nada menos, buscará en la historia de la fallida unión civil, su boleto a la fama.
El guionista lleva adelante un policial donde el protagonista es presentado como una fría, aceitada y eficiente máquina de matar. Es un estratega, y sus recursos son muchos, los emplea con inteligencia y no se permite la interacción con otros seres humanos, más allá de lo estrictamente necesario. Podría decirse que la violencia es un elemento constitutivo del relato, sí, pero en todo momento es retratada como un medio para la consecución de un fin, por todos los personajes, en mayor o menor medida. Las consecuencias de el-los excesos de ese uso, es sobre lo que trata el argumento. El poder que ejerce sobre los demás quién tiene su monopolio. Un enfoque sino novedoso, al menos interesante, bien llevado, para lo que es la sociedad norteamericana.
Omega Men
Durante el crossover llamado ‘The Omega Effect’, que transcurre entre los números 10.1 del tercer volumen de ‘Daredevil’ –guión de Mark Waid, dibujos de Khoi Pham-, 6 de ‘Avenging Spiderman’ –coescrito por Waid y Rucka-, 10 de ‘The Punisher’-Rucka- y 11 de ‘Daredevil’-guión de Waid-, estos últimos dibujados por Chechetto, se da un logrado cruce entre los tres personajes a raíz de un plot que venía de arrastre en la serie del abogado ciego. Concretamente, éste último se halla en poder del Omega Drive, un disco elaborado a partir de tecnología pergeñada por Reed Richards que contiene en su interior información comprometedora de las principales organizaciones criminales del planeta. Todos lo quieren, por lo que el cruzado de la calavera y el amistoso vecino arácnido se verán forzados a integrar una débil alianza con el -por entonces- vengador no vidente, para dar una solución al asunto.
Publicado en un solo tomo por Ovni en Argentina, el arco argumental no es una obra de arte ni mucho menos, pero entreteniene, por momentos sorprende, incluso, aunque el final vuelva al principio. Lo fundamental, es que contribuye a perfilar el carácter que el guionista pretende para el vigilante por contraposición a los otros dos superhéroes, que pueden ser más o menos urbanos, según quién los escriba, pero están de acuerdo en no cruzar determinadas líneas. Eso lo distingue del resto. Frank quiere el disco para seguir llevando adelante su sanguinaria cruzada. Sin lamentarse por los inocentes que puedan verse perjudicados en el proceso. El resto, importa poco y nada.
Ahora bien, ¿cómo lidiar con Hydra, I.M.A., el Espectro Negro, la Agencia Bizantina y el Imperio Secreto? Con semejante confabulación de poder del lado equivocado de la ley, se complica saber cuál va a ser el curso de acción a definir. De uno y otro lado. Por otra parte, Peter Parker y Matt Murdock ven con sorpresa cómo la Sargento Cole se ha sumado a Castle, y cada uno, a su manera, trata de procesar esa nueva variable. Spidey hará sus habituales bromas para descomprimir, dejando bien en claro que mientras dure la alianza no quiere pérdidas de vidas humanas, mientras que el hombre sin miedo tratará de alejar a la mujer de ese camino que no conduce a nada, sabiendo que todavía está a tiempo, a diferencia de Punisher. Lo que todos ignoran, es que ella tiene su propia agenda en torno al disco.
Tiempos violentos
El final del título en EE.UU. llega en el número 16, publicado en Septiembre de 2012. Las ventas no eran malas, y la crítica elogiaba el trabajo del escritor, pero Marvel tenía otros planes para el personaje, que no incluían preguntarle si estaba de acuerdo con incluirlo en el relanzamiento de los ‘Thunderbolts’, decisión que precipitó el final de la serie. Esos números no fueron publicados aquí –Punisher no vende como Deadpool, ni hace chistes-, por lo que no sabemos qué pasó con el interesante elenco de secundarios, tanto los policías, como la reportera. No obstante ello, sí se sabe que Cole, a esa altura co-protagonista de la publicación, es encarcelada, y al bueno de Frank le endilgan la muerte de tres agentes de la ley, presunción que hace que muchos de sus conocidos comiencen a preguntarse si no ha cruzado sus propios límites.
Ahora bien, el epílogo de la etapa Rucka-Checchetto en el comic tiene lugar en una miniserie titulada ‘Punisher: War Zone’, cinco números que vieron la luz entre Diciembre de 2012 y Abril de 2013, con el lapicista relegado a la labores de portada, y un reemplazo a cargo de otro italiano, Carmine Di Giandomenico, que conserva su sólido y dinámico estilo -en parte por compartir al mismo entintador-, aunque con mayor esmero en el trabajo de fondos. El autor, por su parte, pone toda la carne al asador, en un trabajo elogiable por donde se lo analice, la originalidad de la historia y, fundamentalmente, el cabal conocimiento de las psiquis y motivaciones de los -muchos- personajes que intervienen en ella. Porque, no nos engañemos, lo que se cuenta aquí es el enfrentamiento definitivo del justiciero con los Avengers. Nada más, nada menos.
Sin spoilear demasiado, el arco argumental completo, que llegó a nuestra pampas vía importación con título homónimo gracias a Panini, para su colección 100% Marvel, se inicia con Spiderman preocupado por la escalada de violencia generada por Castle, convocando al supergrupo a dejar de ignorar la cuestión y tomar cartas en el asunto de una vez y para siempre. La mayoría entiende el pedido como una broma, pero Steve Rogers se hace eco, y cuando Captain América habla, los demás obedecen. De allí en más, veremos un plan de acción que falla una y otra vez, por menospreciar los talentos de estratega del perseguido. Fallan Spiderman y Black Widow, Thor apenas consigue que razone acerca de sus opciones a futuro, mientras que Iron Man es, lisa y llanamente, humillado en su vanidad.
Finalmente, y como era de esperarse, todos juntos consiguen doblegarlo, aunque, la traición de un importante miembro de la formación que entiende el obrar de Punisher como necesario, aporta a la historia un logrado e inesperado giro que hubiese sido interesante ver concretado a futuro. Por lo demás, la solución que encuentran al problema una vez resuelto, detención mediante, plantea el mismo dilema ético que suponía su captura, y convierte a Los Vengadores en jueces, jurados y ejecutores, poniéndolos en un lugar verdaderamente incómodo. No muy lejos de su presa.
En definitiva, una despedida a toda orquesta para un enfoque muy pensado por el escriba norteamericano, que funcionaba lejos del humor negro y acción exagerada con el que Garth Ennis y Steve Dillon reinstalaron al antihéroe en la preferencia del público algunos años antes, pero que, a diferencia de aquella etapa, no consiguió el tiempo necesario para desarrollarse plenamente. Hechos tan comunes como recurrentes en el mainstream yanqui, que determinaron el alejamiento definitivo de Rucka de los grandes sellos editoriales y sus franquicias, en favor de proyectos donde los autores tienen pleno control sobre sus obras. Una lástima. O una alegría. Según cómo se lo mire.
