CINE
Todos somos marmotas – Groundhog Day (Ramis, 1993)
Diego Sep se suma a las filas mutantes para recordarnos porqué el film de Bill Murray es de lo mejor que le paso a Hollywood en los últimos 50 años. ¿Exageramos? Siempre.
Un meteorólogo arrogante, mediocre y hastiado de su trabajo, es enviado anualmente a cubrir un evento tradicional que se lleva a cabo en un pueblito donde los habitantes se congregan alrededor de una marmota que predice el fin del invierno.
Suficiente para la contratapa de un VHS. Aunque hay más detrás de los 100 minutos que escribió, produjo y dirigió Ramis (también se dio el gusto de cantar el tema de apertura, “Wheatherman” y de hacer un cameo como el neurólogo que atiende al protagonista). Enseguida tenemos a Phil Connors (Bill Murray, por enésima vez, haciendo de sí mismo), descrito más arriba. Como contrapeso (en una dialéctica de almacén), a Larry, el camarógrafo-chofer: inofensivo, tranquilo, atento y dedicado. En otras palabras: insoportablemente aburrido. El silogismo inicial se completa con Rita (una Andy Mc Dowell hipnótica y toda la lista de adjetivos que puedan intentar definir esa belleza involuntaria y arrolladora), la productora que le asignan a Phil para cubrir el evento.
Hasta acá todo es introductorio y preliminar. Después de la tormenta de nieve aparece el protagonista del film: el tiempo. Phil, tras un despertar intrascendente, empieza a sospechar que algo anda mal. En la radio suena una premonición de lo que vendrá: Sonny y Cher cantan “I got you, babe”, que es una doble profecía: el tiempo ha atrapado a Phil en un bucle perpetuo y Rita se ha adueñado de su corazón. Tras abandonar su habitación los triviales sucesos del día se suceden invariablemente; detalles más, detalles menos. Phil descubre inmediatamente que ha quedado “atrapado en el tiempo” (tal es una de las espantosas traducciones que tuvo la película por estos lados). Su reacción es de brusquedad , suspicacia y angustia: el día se repetirá para siempre solamente para él. Nadie más notará que Phil está en un bucle temporo espacial. El horror que le causa la situación no tiene tanto que ver con el “hechizo del tiempo” (otra delicia de los distribuidores) sino con el abismo en el que se encuentra: él ES la marmota, un animal común que predice el tiempo una vez al año y que una vez muerto será reemplazado por otro igual sin que nadie lo note.
La rebelión de Phil es hedonista: se da todos los gustos en forma de pecados capitales: gula, al devorar apresuradamente el ingente desayuno que abarrota la mesa; lujuria, cuando seduce a Nancy; avaricia: roba un bolso de dinero del camión de caudales; envidia, cuando asiste al cine vestido como su personaje favorito de una película que, según sus propias palabras ha visto “más de cien veces”; pereza: el reloj da una vez más las 6 a.m. y Phil no abandona la cama; ira, al destrozar la radio a puñetazos; soberbia, cuando describe su situación ante Rita diciendo que es inmortal. Se suicida o muere de diversas formas y la analogía es inexorable: todos somos marmotas: vivimos adormecidos en un bucle temporal donde ni siquiera nuestra muerte puede librarnos de una tortuosa rutina, donde los actos mecánicos del automatismo cotidiano son nuestro hechizo del tiempo. La película exagera y pone contra las cuerdas del ridículo este simple principio: un bucle infinito en el que nuestros actos, por descabellados que pudieran parecer, no logran cambiar nada esencialmente. Somos las ratas que corren a toda velocidad hacia ninguna parte. Roedores cuya mínima contribución al todo no logra despertar el mínimo interés de nadie más que de quienes nos rodean o algunos vecinos.
La redención final llega (¿quién pudiese haberlo sospechado?) de la mano del amor: Phil le abre su corazón a Rita, es liberado y el tiempo vuelve a “transcurrir con normalidad” (sentencia con impunes licencias filosóficas). La película tiene madera de serie (el bucle temporal permite un número infinito de temporadas) y se nos ocurren incontables posibilidades. Pero no somos Ramis.
