CINE
The Long Walk: paroxismo agridulce de Francis Lawrence y Stephen King
Ra-ra, ah-ah-ah
Roma-, roma-ma-
Gaga, ooh, la-la
Want your bad romance
No podemos empezar a hablar sobre Francis Lawrence sin esgrimir estos estribillos iniciales en la canción que marcó el inicio de la década posterior al 2009. “Bad Romance” de Lady Gaga no solo cimentó un estilo artístico que se estableció en el imaginario colectivo tras el debut de su primer álbum, sino que también le dio una identidad más clara a su música después de los videoclips de “Poker Face” y “Paparazzi”. La susodicha necesitaba un director con el cual pudiera plasmar sus ideas surrealistas y oníricas, conectando su faceta visual mientras contaba una historia sobre los abusos de poder en la industria de la moda y su cercanía a los ámbitos de la trata de blancas.
Francis Lawrence, quien no solo había trabajado con referentes musicales de la talla de Jay-Z, Aerosmith, Green Day, Avril Lavigne y Justin Timberlake, sino que también venía explorando un estilo cinematográfico marcado por las vorágines de los desperfectos humanos, la ciencia ficción, la fantasía urbana y el horror psicológico gracias a sus óperas primas: “Constantine (2005)” y “I am Legend (2007)”, reconoció lo que quería hacer la artista. Así, “Bad Romance” se convirtió en el primer video musical de YouTube en alcanzar las doscientas millones de visitas. Gaga y Lawrence construyeron un nexo perfecto entre la crudeza de uno y la excentricidad de la otra, de modo que hasta hoy sigamos recordando aquellos estribillos tan característicos del nostálgico 2009.

Lady Gaga y Francis Lawrence
Más de una década ha pasado desde aquellos bailes exóticos y luces intermitentes cargadas de metáforas sobre desfiles de moda y prostitución forzosa. Y, como si se tratase de una epifanía del destino propia de un guion pomposo sobre artistas redescubriéndose a sí mismos tras atravesar los pormenores de una industria llena de austeridades ultra procesadas y falta de creatividad, tanto Gaga como Lawrence parecen haber recuperado el ímpetu de sus estilos de manera independiente. La primera supo encontrar un hueco entre baladistas y estrellas de Hollywood, colmando sus canciones con un aura más edulcorada hasta la llegada de “Abracadabra”, donde la mujer de los vestidos extravagantes y los mensajes sobre amor propio, más allá de las disonancias estéticas, nos transporta una vez más a 2009, recordándonos que esa elocuencia bizarra en sus letras nunca desapareció. Ni hablar de “The Dead Dance”, donde Tim Burton dirige a una Gaga desatada entre bailes con vestidos andrajosos, telarañas en los recovecos y tétricas muñecas colgadas de los árboles de una lejana isla mexicana.
La contraparte de Lawrence no podría ser más paralela. Acoplado a las deliberadas diligencias de Lionsgate y sus bolsas de dinero, se encargó del resto de la pentalogía de “The Hunger Games” tras la retirada de Gary Ross. “Water for Elephants (2011)” y “Red Sparrow (2018)” también liberaron las inquietudes artísticas del director, pero mientras disfrutábamos de las aventuras de Katniss Everdeen surgía una incógnita: ¿Dónde estaba el verdadero Lawrence? La saga de adolescentes en revolución tiene su nicho de popularidad, pero carece de desenfado. Faltaba algo; no sabíamos si era la sangre, la explicitud o la atmósfera a la que sabíamos que nos podíamos sumergir, pero que quizás no se permitiría debido a las diferencias entre Collins, la autora original, y nuestro director. ¿Dónde estaba el Lawrence que nos inquietaba con los demonios de John Constantine? ¿Seguía en algún lado el Lawrence que nos apretó el corazón cuando Will Smith en “I am Legend” tuvo que quebrar el cuello de su perro?>
The Long Walk:
La respuesta llegó con un irreconocible Mark Hamill disparando al cielo, iniciando una epopeya de angustia, sangre, sudor, lágrimas, agonía, mierda derramada en el suelo, pus brotando entre heridas en los pies, enseñanzas sobre la amistad duradera y jóvenes dispuestos a darlo todo por ideales que ni siquiera ellos aseguran como propios.
Cincuenta jóvenes entran a la Larga Marcha, una competición con incontables premios en riqueza y capital social, donde la normativa es simple: si frenas o bajas el ritmo de los 5 km/h, recibes un aviso acumulable. El cuarto aviso viene acompañado de una bala en la cabeza. No hay línea de meta ni botón de pausa. La carrera termina cuando solo queda uno. A este contexto se enfrenta Ray Garraty.

La Larga Marcha en la película The Long Walk de Francis Lawrence
La historia original proviene de la novela de Stephen King publicada en 1979 bajo el seudónimo Richard Bachman, un alter ego que le permitió al autor de Maine publicar obras de las que no estaba seguro si se adecuarían a su catálogo en prosa y atmósferas. No es menester detenernos en los detalles del manuscrito para señalar sus cercanías con “The Dark Tower” o la teoría (para tomar con pinzas) de que un participante de La Marcha tiene poderes psíquicos similares a los de Danny Torrance en “The Shining”. Gracias a la adaptación de Lawrence, podemos afirmar que, de la misma forma en que adaptó su estilo a Lady Gaga, Francis logró readaptar esta historia para los nuevos tiempos.
King concibió el libro original pensando en el fanatismo populista y nacionalista que el gobierno estadounidense explotó para reclutamiento previo a la guerra de Vietnam. Esa oleada de jóvenes predispuestos a dar la vida por su país inspiró a King a imaginar una sociedad igual de ultraconservadora, donde discursos, propagandas y el panorama político lobotomizaban a toda la ciudadanía. Así normalizó algo tan atroz como La Larga Marcha. No suena tan distinto de cómo gobiernos y etnias hoy normalizan genocidios y crímenes de odio. King jamás estuvo tan adelantado a su tiempo como en aquella dulce primavera de 1979.
La hora y cuarenta minutos de redistribución de las epopeyas de la carrera transcurre a un ritmo en el que la tensión en los músculos bajo la cadera aumenta, ya sea por la ambientación lograda o por las neuronas espejo del espectador, preguntándonos todos qué tan lejos llegaríamos. Francis puede saltar sobre una pata o simplemente seguir las directrices de King; de cualquier manera, no le tiembla el pulso al ejecutar a sus cincuenta víctimas. Él sabe que aquí no hay Katniss Everdeen para cortar la toma justo al momento del disparo. Sesos se desparraman en el pavimento, muelas arrancadas de mandíbulas por ráfagas instantáneas, intestinos descolgándose. Todo en primer plano. Este cóctel de sadismo estético y solvencia explícita permite que la tensión escale hasta alcanzar la cima dramática, que quizás en la novela pasara desapercibida entre tanta frialdad.
Quiero dejar una marca en la arena para diferenciarme de otras reseñas. Sí, hay diálogos que se sienten mecánicos y podrían mejorar en el desarrollo de personajes, pero son fieles al libro. Y sí, el humor no termina de encajar internacionalmente. Lawrence quizá no conectó con el humor de King como Andy Muschietti, Mike Flanagan o John Carpenter. Prefiero pensar que puedes sacar al loco de Maine, pero no Maine del loco.

El escritor Stephen King
El foco está en la carrera, en el número decreciente de participantes, en la mirada fría del Comandante y en la sensación de que Ray Garraty encontró a los mejores amigos el día en que sus destinos ya estaban pactados. Lawrence toma el concepto de “los amigos que hacemos por el camino” y lo convierte en tortura psicológica, donde cada disparo resonando por los parlantes (cine o living) es un nuevo diente puntiagudo en su filo tramontina.
Las miradas indecorosas de los testigos que encuentran los participantes presagian los temas que abordarán más tarde. El énfasis culmina en las escenas finales, donde el mensaje de Lawrence y King construyen la parábola de una epifanía política. Tras mensajes de odio, masacres normalizadas, redes sociales desensibilizantes e inteligencias artificiales ejerciendo de psicólogos y distanciando a los nativos digitales de la salud mental, tras ver cómo los abusos de poder cambian a las personas y las influencias endogámicas marcan destinos entre cuentos de meritocracia, surge la pregunta: ¿serías capaz de jalar del gatillo si se te diera la oportunidad? ¿Sentirías la ráfaga frente a la culata si del otro lado hubiera un ser humano? ¿Esa persona es alguien con quien compartes café, más allá de las diferencias políticas? ¿Son suficientes los momentos de ocio y la amistad para sofocar diferencias morales?
Quizás el paroxismo de King contemplaba discusiones políticas entre jóvenes de un pelotón con armas vírgenes camino a Vietnam. Esa imagen seguro inspiró la historia.
Prefiero descansar tras tales reflexiones; después de todo, Gaga y Lawrence recuperaron sus estilos casi al unísono. Siempre es motivo de festejo ver a un artista reencontrarse entre malas noticias y letanías bélicas propias de los tiempos actuales. Quizás el totalitarismo y la presión por posicionarse nos respira en la nuca. Pero aún hay aire fresco afuera. Predispuesto así, uno puede invitar a quienes hallen dicha en el acto a dejar de leer, levantarse y salir a caminar con “Bad Romance” a todo volumen. Al fin y al cabo, nadie sabe cuándo dejaremos de escuchar a Gaga y, en su lugar, un soldado apuntándonos con un cañón humeante nos grite: “¡AVISO! ¡ÚLTIMO AVISO!” antes de soltar nuestra masa encefálica por el asfalto a pocos metros de nuestro mejor amigo.
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