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Cómics de culto: La herejía de Black Kiss

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Cómics de culto: La herejía de Black Kiss

Black Kiss, la maxi serie del gran Howard Chaykin, en esta primera entrega de la sección CÓMICS DE CULTO.

Álvaro de la Iglesia inaugura una nueva sección dentro de CÓMIC, en la cual se propone analizar “historietas que hicieron historia”. CÓMICS DE CULTO es un nuevo espacio de Central Mutante, y en ésta primera entrega se podrá apreciar un exhaustivo análisis de Black Kiss, la maxi serie del gran Howard Chaykin, que despidió los tumultuosos ’80s con perversiones y muerte.

 

Introducción

Cada vez con más asiduidad se me ocurre que el carácter minoritario del que goza la historieta con respecto a otros géneros más populares (el cine, concretamente), debería ser un aliciente para producir más y más obras revulsivas.

El cómic debe molestar como en su momento molestaron Crash de J.G.Ballard a las letras o Iggy Pop and The Stooges a la música.

Como género, tiene la ventaja de poseer un poder de fuego contracultural que debería ser aprovechado. Sobre todo en Estados Unidos, donde hasta hace pocos años era fuertemente regulado por el Cómic-Code Authority ((Afortunadamente el Cómic-Code Authority ya casi no tiene vigencia, al circular los ejemplares mayoritariamente en tiendas especializadas, donde los editores de revistas de EE.UU no tienen injerencia )) , un curioso método de censura autoimpuesta con el fin de eludir a aquella otra censura, la más peligrosa: la que envía artistas a prisión o los somete a condena social por parte de sectores conservadores.

Howard Chaykin (Nueva Jersey, 7 de octubre de 1950) quizá se consagrara como artista de cómics en 1985, cuando hizo The Shadow para DC. Tres años después, rebelado como artista por las imposiciones de una industria aún inmadura en muchos aspectos -como él mismo deja entrever en algunos reportajes-, lanzó un poderoso misil dispuesto a derribar muros y prejuicios.

“Sexo, muerte y películas… ¿acaso importa algo más?”

 

Black Kiss fue publicada originalmente en 1988 por Vórtex Press.

Black Kiss – 1988.

 Fueron doce números mensuales. Cuenta la leyenda que la edición se solía agotar e, incluso, que había una gran histeria colectiva en el mundillo comiquero por conseguir el ejemplar del mes, exhibido en las tiendas en bolsa oscura a la usanza de las revistas pornográficas de la época.

Semejante éxito permitió que tan sólo dos años más tarde fuera publicada en castellano por Editorial Norma. El formato era igual al original, es decir, unos hermosos cómic-books donde destacaban las inquietantes y sobrias portadas del maestro.

Lamentablemente esta edición desapareció hace años de las comiquerías y sólo se consigue la última, en formato de novela gráfica. (Con algo de paciencia y dinero, en los sitios de venta de Internet aún se puede encontrar aquella gloriosa primera edición de Norma).

El argumento de Black Kiss parte de dos tramas que se entrecruzan rápidamente. Por un lado Beverly, una ex actriz que se mantiene misteriosamente joven (y bella), y a la que alguien extorsiona con hacer pública una vieja cinta de ella que, por algún motivo, no puede ver la luz. Beverly cuenta con la ayuda de su amante Dagmar, una clon joven de la actriz. Dagmar es, además, admiradora de Beverly, y trabaja ejerciendo la prostitución con ciertos encantos.

Por otro lado tenemos a Cass Pollack, heroinómano que acaba de salir de un centro de recuperación para adictos. Cass es perseguido ahora por unos matones que ya han matado a su esposa e hija. Para peor, la policía atribuye a Cass tan horrible crimen.

Black Kiss – Howard Chaykin

Cass, Beverly y Dagmar se conocen por casualidad y, acto sexual mediante, sellan un retorcido pacto: él ayudará a las muchachas a recuperar la cinta, ellas atestiguarán a su favor para que no vaya a prisión. Pero la casualidad es, una vez más, la cruz de Pollack: uno de los matones que lo persigue (el inquietante Erik, con su bigote bicolor) resulta ser el novio oficial de Dagmar.

Cómo este argumento de intriga degenera en una versión moderna del mito de la condesa Bathory –es decir, una historia de vampiros y juventud eterna- es quizá el mayor logro de Black Kiss, una historieta que no se siente cómoda bajo el ala de ningún género, pero que a todos explota en favor de una estética potente.

El erotismo, otro género con el que frecuentemente es identificada la obra, también choca aquí contra la ambigüedad del mensaje. Su autor, a diferencia de lo comúnmente busca el sexo explícito, no pretende estimular al lector sino más bien molestarlo.

El sexo en Black Kiss es brutal, reiterativo y soez -incluso sus personajes buscan sodomizarse, por encima de otras prácticas más aceptadas-, lo que habla a las claras de que el autor exagera el recurso para ser más ofensivo.

Si la situación lo requiere, puede llegar hasta lo escatológico, como bien lo muestra la última viñeta del número cinco. Cass, agobiado por el estrés, a punto de ser atrapado por Erik, quizá hasta perturbado porque ha participado de una orgía con un transexual, hace lo único que puede hacer: se apoya contra una pared y vomita.

Black Kiss

Éste no es un hecho más. Chaykin ha logrado que nos identifiquemos, o al menos que veamos desde la óptica de Cass Pollack, quien ocupa un lugar de “héroe” que en sí es totalmente discutible. A Cass Pollack lo vemos sufrir por la heroína, no por su esposa ni por su pequeña hija.

No es sólo un adicto vulnerable, es un tipo con ínfulas de gángster, capaz de matar a varias personas. Sin embargo, el fin de la historia –todos los personajes en ese bungalow hollywoodense de Dagmar, rodeado de palmeras- lo tiene como el bueno que debe salvarse de unas circunstancias que lo han tocado, pero que transcurren en otras esferas de la realidad.

La clave fantástica en Black Kiss se insinúa, pero no llega a consolidarse y en verdad poco importa. Howard Chaykin escribió una trama que tiene mucho de adictiva, al tipo de serie de televisión, pero con sus debidas reservas. La pornografía barata y las instituciones eclesiásticas implicadas en forma de sórdidas sectas, nos hablan de un Chaykin provocador como pocos.

Black Kiss

Resulta curioso que el dibujo de los primeros capítulos -en un blanco y negro exquisito, rico en atmósferas y claroscuros- sea de una prolijidad tan contrapuesta con el de los últimos números, cuando el cúmulo argumental está por llegar al clímax: el trazo del autor empieza a ser más caótico, como si la vorágine de la historia lo arrastrara a él también. Y esto es completamente admisible en una obra valiosa no únicamente por sus cualidades visuales.

Black Kiss tiene todas las características de ser una obra maestra, pero en mi opinión no lo consigue por ser excesivamente transgresora. Aquí también es donde residen sus mayores encantos, y es el lector quién tiene la última palabra.

A veinticinco años de su publicación, Black Kiss supuso “una patriada” (¿o una patada?) contra la industria y Howard Chaykin subió al peldaño de artista con todas las letras, aquel que se rebela contra el orden establecido.

A raíz del éxito y las polémicas, en el 2009 publicó Black Kiss II (la cual todavía no fue traducida a nuestro idioma).

Pero esa es otra historia.

 

 

 

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