Cómics
La escritura y la vida
Análisis de Raymond, novela gráfica recientemente publicada por Karkass Ediciones-Loco Rabia Editora, escrita por Ale Farías y dibujada por Leo Sandler
Con el apoyo del Espacio Santafesino, Ministerio de Educación y Cultura de Santa Fe, para su convocatoria 2018, en coedición entre el flamante sello rosarino Karkass Ediciones y Locorabia Editora, hacia Febrero pasado vio la luz Raymond, un bonito libro de 80 páginas, color y blanco/negro, en el formato de 23×17 cms. Sus responsables son Alejandro Farías (Bahía Blanca, 1978) en guión, y Leo Sandler (Rosario, 1974) en dibujos. Enmarcada bajo el formato novela gráfica, lo cierto es que la obra se compone de un mosaico de narraciones cortas, si consideramos su extensión. Una definición de género algo más certera podría ubicarla como comedia dramática de tono existencialista, que incluye, también, un preciso toque de poesía.
Jardín de gente
A medio camino entre los locos y los chicos, que siempre dicen la verdad, se ubica Carlos Raymond. Poeta urbano con no pocos problemas existenciales, el alcohol y las mujeres a la cabeza, nos hace partícipes de varios momentos de su devenir cotidiano a lo largo de catorce relatos de diferente extensión, que tienen en común el hecho de estar narrados por él mismo, en una amena primera persona que nos acerca a su particular filosofía de vida. Esto no es un dato menor, puesto que puede llegar a hacernos más fácil -o difícil, según como se mire-, el hecho de intentar empatizar con él.
Hombre de mediana edad, con unos cuantos kilos demás y sin trabajo conocido, lo único más o menos constante en su rutina diaria es, además de la escritura y la bebida, su gato, Karkass. Si no contamos las frecuentes visitas femeninas de una noche a su departamento porteño, solo el flaco felino de color negro y con un problema en un ojo constituye algo así como una compañía estable de carácter permanente. Ambos parecen convivir en armonía sin molestarse demasiado. Una relación que funciona, podría decirse. A diferencia de otros vínculos cercanos, pasajeros, en los que prefiere no profundizar. Al menos esa es la sensación que queda tras asomarnos, cual voyeur, en las diferentes tramas breves que lo tienen como protagonista.
Los primeros trece relatos, de entre cuatro y seis páginas cada uno, dan cuenta de temáticas tales como el alcoholismo, la violencia, los vacíos existenciales que todos tratamos de llenar -generalmente tarde y mal-, el amor y la soledad, la experiencia que sobreviene a la práctica, la mirada de y hacia el otro, los arraigados prejuicios socioculturales, reflexiones sexuales entre profundas y pueriles, y un largo etcétera. Apenas tres personajes recurrentes son de la partida; Lola, una simpática prostituta barrial entrada en años, Teo, el dueño del bar donde el protagonista suele pasar gran parte del día, y un joven estudiante que pretende ser guiado por el camino de las letras. Después, encontramos una variopinta galería urbana de oportunistas, desdichados, infieles y engañados, tanto hombres como mujeres. Para el final, una trama extensa, de veinte páginas, con las diferentes consideraciones que siguen a un gran encuentro amoroso, de un lado y otro.
Inconsciente colectivo
Resulta interesante reencontrarnos con la dupla creativa detrás de Zacarías, en un registro totalmente opuesto a aquella obra. Las historias de las que Raymond es protagonista pueden generar un humor involuntario en ocasiones, pero la idea es otra, diferente. De lo que se trata, en primera y última instancia, es de plasmar situaciones y relaciones muy de estos tiempos, expuestas a través de una mirada entre dramática y agridulce, de gran sensibilidad, que interpela inteligentemente al lector sobre cómo estamos viviendo, invitando, también, a la reflexión. En este punto, la actitud border de Carlos hacia la vida no es más que una excusa argumental para ir a fondo sobre esas cuestiones, sin medias tintas.
Una lectura más atenta, entre líneas, arroja como resultado severas críticas a los medios de comunicación actuales en sus diferentes formatos, los modos de relación humana mediados por las nuevas tecnologías y hasta un certero palazo a cierto reconocido escritor del medio literario y radial porteño, al que uno de los personajes secundarios denomina como ‘el gran filósofo’ para que, acto seguido, nuestro irascible protagonista se dedique a denostar en una lograda diatriba con atendibles argumentos al respecto de una de sus frases más populares.
Asimismo, la cuestión de género se cuela de alguna forma en ciertos pasajes, a través de interesantes personajes femeninos, generalmente prostitutas con vidas personales complicadas que se han visto obligadas a optar por el trabajo sexual como una forma de subsistir económicamente. Lejos de reforzar el estereotipo sociocultural estigmatizante que impera sobre ellas, la narración se encarga de correrlas de ese lugar para humanizarlas, mostrándolas como personas comunes y corrientes, a las que la vida les ha brindado escasas opciones, pero que a pesar de ello, tienen sueños y esperanzas como cualquier hijo de vecino. Las dos interacciones de Lola con el personaje central, en particular, están muy bien ejecutadas, con unos diálogos tremendamente creíbles.
La faz gráfica muestra a Sandler con el trazo cartoon onda Darwyn Cooke que ya conocemos, claro que en una variante algo más ‘realista’, cercano al estilo desplegado en Burn, que al más estilizado, utilizado en Zacarías y otras porquerías. La aplicación del color, por otra parte, es el verdadero punto alto, distintivo, de esta publicación. Cada una de las historietas breves que totalizan 54 páginas de las 74 que componen la novela gráfica, están trabajadas bajo dos colores específicos, siempre diferentes, en una combinación pretendidamente artística, pensada para acompañar los climas de cada trama. El efecto buscado realza el todo, complementando eficazmente la síntesis narrativa, para contrastar de modo significativo sobre el final, con el extenso, logrado, Vida y obra, concebido únicamente en blanco, negro y gris.
Verdades afiladas
En tiempos donde la historieta experimental se torna por demás de incomprensible, bajo la excusa del vanguardismo, textos e imágenes conviven en Raymond naturalmente, permitiendo a sus destinatarios dos opciones igualmente válidas, recorrerla de un tirón o detenerse en cada uno de sus instantes, buscando las influencias literarias, musicales y hasta cinematográficas que la inspiraron. Como una buena poesía, inquieta, genera sonrisas cómplices y hasta conmueve. El poeta maldito de los suburbios de Leo y Ale difícilmente se pague un trago, pero invita a más de una lectura. Por estos días, eso solo, da para celebrar. Quién diría. ¡Salud!
