Cómics
COMICS DE CULTO: EL MUNDO DE LA GRAN HISTORIETA
A poco de cumplirse 20 años de la desaparición de la emblemática revista SKORPIO, desde COMICS DE CULTO repasamos su historia, su final y su legado.
Podría decirse, sin temor a equivocarse, que los 70 fueron fructíferos para la historieta argentina. Es cierto que la época dorada había finalizado, pero la historieta aún era popular. Un fanático, a su vez editor, Alfredo Scutti (fallecido en 2010, y hoy retratado en el ideario popular como una especie de Julio Grondona del medio historietístico) tenía en su mente gestar una revista que respetara la aventura y la tradición por los géneros, pero poniendo la vara más alta que Columba, su competidora directa. Se puede decir que Scutti y su Ediciones Record intentaron que la editorial de la palomita no monopolizara un mercado que, aún en las cercanías de una dictadura sangrienta, tenía mucho para ofrecer.
Así fue como en Julio de 1974 salió a la venta el glorioso número 1 de Skorpio, subtitulado El Mundo de la Gran Historieta, como para no dejar dudas que la revista apuntaba tan alto como se podía en aquel entonces. El sumario de dicho número era una gema: Corto Maltés (Hugo Pratt), El Cobra (Ray Collins-Arturo Del Castillo), Killing (Ray Collins-García Seijas), Henga El Cazador (Ray Collins-Juan Zanotto), Una Pesadilla para Miss Ághata (Saccomano-Durañona), Black Soldier (Ray Collis-García Seijas), El Dulce Color de las Estrellas (Alfredo Grassi-Lucho Olivera) y Precinto 56 (Ray Collins-Ángel Fernández). Aparte de la calidad de los nombres, sorprende que Ray Collins se haya “adueñado” de los guiones al punto de ser como el Robin Wood de la Skorpio. Tambien él, como Wood, apelaba a numerosos seudónimos (Diego Navarro, Clarence Stamp, Marcos Garret) para que su nombre no se repitiera tanto. Lo paradójico es que el nombre de Ray Collins también era un seudónimo (de Eugenio Zappietro, como bien se sabe ahora, comisario de la Policía Federal y escritor secreto), por lo cual este hombre ostenta una suerte de récord en lo que se refiere a identidades artísticas.

Skorpio 17. Una de las primeras apariciones de Nekrodamus, creación de Oesterheld y personaje emblema de la revista.
Zappietro fue quien le dio su impronta a una Skorpio primigenia, pues otros guionistas pasaban, dejaban, seguían y volvían. Por ejemplo Alfredo Grassi, Roger King, Jorge Morhain, Héctor Oesterheld y el mismo Robin Wood, que en el número 3 publicó la excepcional La Noche del Lobo, ilustrada por un Horacio Lalia demoledor.
La revista inició así un recorrido que no se detendría (en Italia tuvo una hermana homónima, que compraba lo que salía acá, y eso le brindó una gran holgura económica; en Grecia tuvo otra hermana que duró bastante menos). Con el tiempo se sumarían autores de primera línea, como Carlos Trillo, Carlos Albiac o Ricardo “el loco” Barreiro. Tambien sufriría éxodos, ya que el mismo Ray Collins se mudaría a Columba. Pero por sobre todas las cosas, Skorpio intentaba crear su propio mercado con revistas que, debido al éxito de la publicación madre, todo el tiempo intentaban copar la parada: Pif-Paf, Tit-Bits, Gunga Din, Corto Maltés, Skorpio Extra, Skorpio Libro de Oro, Skorpio Plus, e incluso más tarde la Fénix. Toda una serie de publicaciones satélites que venían a corroborar que el mercado, lejos de monopolizarce, aún se podía polarizar.
El fin de la dictadura (1984) trajo consigo a la histórica Fierro -Historietas para Sobrevivientes-, que fue hermana de toda una movida de antologías (españolas y americanas) que imponían un cambio de estilo con mucha vehemencia. Surgió así el célebre ilustrador Oscar Chichoni y un concepto de portada absolutamente demoledor, además de cierta tendencia por la historieta alternativa y la experimentación narrativa, la vanguardia y tambien lo clásico, por supuesto; todo aquello había dado una ductilidad, una frescura, una nueva forma, una estética que Skorpio prefirió no absorber y, en cambio, seguir adelante con su clásica historieta de aventuras y revisión de géneros. Eso sí, siempre de alta calidad.

Skorpio va a la guerra. Portada de Julio de 1982, en uno de los momentos más dramáticos del combate por las islas Malvinas.
Los 80, aún con buenas ventas, significaron una nueva polarización, y Fierro y Skorpio pasaron a ser contrincantes. Si Fierro era vanguardia, Skorpio tradición. Columba, en cambio, era irremediable, pero no en un sentido peyorativo. Tenía su propio mercado (en baja, pero sólido aún), su propia fórmula y, por consiguiente, su propia ley. Skorpio, en este panorama, intentaría sacarse el mote de vetusta con la incorporación de nuevos artistas que quedaron indisolublemente ligados a ella, como por ejemplo el magnánimo Enrique Alcatena, dibujante con la camiseta puesta si los hay. Y así se sucedieron grandes series, hoy clásicos inmortales como Alvar Mayor (Trillo-Breccia), El Condenado (Saccomano-Mandrafina), Avrack El Señor de los Halcones (Barreiro-Breccia), Bárbara (Barreiro-Zanotto), Slot-Barr (Barreiro-Solano López), la primera parte de Crónicas del Tiempo medio (Balcarce-Zanotto) y una larguísimo etcétera.
Otro aspecto más que rescatable de la revista, fue que siempre tuvo secciones escritas sobre historieta que habrán sido oro puro en una época donde no había internet y ningún medio masivo hablaba sobre el noveno arte. El Club de la Historieta (Trillo y Saccomano,) Así los Conozco (Alfredo Grassi), Recuerda/conoce usted a…? (el editor), La Historieta y Yo (Leonardo Wadel) y finalmente el Megacómix (Andrés y Diego Accorsi) hicieron un gran aporte al periodismo especializado en cuadritos, a lo largo de la historia de la revista.
La historieta nacional transitaría así su paso a la decada del 90, época bisagra y definitivamente oscura para la industria cultural argentina.
MENEM LO HIZO (ÚLTIMOS AÑOS)
Skorpio inauguró 1990 tratando de modernizarse (tarde, diran algunos no sin razón), al menos en lo que refiere al estilo y la presentación de producto.
Cambió el diseño del logo (similar al de la Skorpio italiana) y comenzó a contratar ilustradores que entendieran sobre el concepto de portada, tal como había sucedido con el boom de Fierro y las antologías españolas y americanas. Recalaron ilustradores como Eduardo Santellán (el portadista que más tapas hizo, y el que identificó en cierta forma a la nueva Skorpio), que tenía la temática de Chichoni pero tambien su propio vuelo. En aquella época era “el que le copiaba a Chichoni”. Hoy, con el tiempo, es justo reconocer a Santellán como un gran ilustrador que le puso su propia onda a una temática impuesta por los editores (la de mujeres desnudas interactuando con robots y máquinas cableadas), mezcló dicho concepto con sus propios diseños inspirados en Disney (si Disney hubiera sido un pervertido, claro) y le dio una estética muy guarra y potente, más decididamente caricaturesca que la del portadista de Fierro. Otros ilustradores que pasaron por las tapas de Skorpio fueron el gran Ciruelo Cabral, Zambrana, Ariel Olivetti, Reynoso, Guillermo Casas, Marcelo Pérez y Roberto Alvárez, todos excelentes o aceptables según el caso (el único que nunca me cerró fue Casas, la verdad).
El interior de la revista tambien intentaría un cambio (muy tímido, eso sí) y 1990 fue como un año de transición, para acomodar piezas. Skorpio ya tenía un plantel de artistas totalmente conformado y practicamente inamovible. En ese sentido, 1991 fue un año de renacer. Ediciones Record volvería a intentar con publicaciones satélites: una nueva Tit-Bits (parecida a Skorpio, aunque peor editada) y El Tajo (igual a Skorpio por fuera, más similar a Fierro por dentro). Ninguna pasó de los diez números, pero sirven para entender qué clase de época se vivía. Por aquel entonces había montones de publicaciones (La Parda, Cóctel, Trix, País Canibal e incluso Puertitas, dirigida por Trillo), algunas de las cuales se evaporaban rápido, sin dejar rastro.
Skorpio ingresó por ese entonces a una pequeña y nueva época dorada, al menos en lo que refiere a la calidad. El 91 estuvo plagado de series impresionantes y se notaban artistas exigidos y comprometidos. Por nombrar algunas, Travesía por el Laberinto (Mazzitelli-Alcatena), Pantanal (Balcarce-Olivera), Nielsen (Slavich-Breccia), Crónicas del Tiempo Medio II (Balcarce-Zanotto), Almánzor (Mazzitelli/Slavich-Meriggi), Pampa Salvaje (Macías/Ferro-Breccia), Las Máscaras del Rey (Mazzitelli-Olivera), Browning & Cooper (Mazzitelli-Fernández) y El Gólem (Ferrari-Mandrafina), todas de un nivel alto u altísimo, haciendo hincapie en la fantasía, la CI-FI y el realismo mágico, salvo por la genial Pampa Salvaje (que revisaba la época de los malones y la campaña del desierto) y Browning & Cooper (un policial de los años treinta con toques de comedia).
Mientras Fierro languidecía artísticamente y se dirigía a un final triste e impropio de su historia, Skorpio parecía renovar su clásica historieta de aventuras con una fuerza inusitada. Es cierto que el mercado, de la mano de políticas culturales y económicas nefastas, iniciaba su inexorable descenso al infierno, pero Skorpio seguía apostando por la calidad. Tambien se atrevieron a publicar autores extranjeros como Enki Bilal, Caza y Richard Corben. Al menos para mi, en aquel año se alcanzó la perfección.
En ese orden de las cosas, 1992 transitó similar al año anterior. Ya sin El Tajo y Tit-Bits, Skorpio apostó fuerte por la mejor CI-FI con grandes series como Límite Exterior (Mazzitelli-Olivera), Hache (Barcarce-Manco), Video Man (Mazzitelli-Fernández) y la tercera y última parte de Crónicas del Tiempo Medio. Hacia fin del 92, se llegaba al celebrado número 200, justo en un momento bastante paradójico: Fierro, su competidora, llegaba al 100 y dejaba de existir. Este hecho generó una gastada por parte de Diego Accorsi, hermano de Andrés y que en esa época se encargaba de la info y el correo de lectores, con un comentario del tipo “llegamos al 201, mientras que otros aprovecharon el número redondo para colgar los guantes”, bravata un tanto futbolera y quizá simpática en aquel entonces, pero hoy un tanto desafortunada.
Aquel número especial 200 reeditaba la segunda parte de El Eternauta y prometía mucho más de lo que finalmente pasó. El 93 fue un año donde, lejos de capitalizar el vacío producido por Fierro, la Skorpio bajó un par de escalones. Si bien hubo excelentes series como la ya legendaria Acero Líquido (Mazzitelli-Alcatena), Fletcher & Click (Mazzitelli/Slavich-Saichann), Horizontes Perdidos (Juan Zanotto) y la enigmática Viracocha (Slavich-Breccia), la revista había empezado a perder calidad de impresión. Los portadistas se repetían hasta el hartazgo y se empezó a polarizar la producción de Eduardo Mazzitelli y Walter Slavich. Balcarce no volvió a publicar -en la actualidad asegura que la revista simplemente no quiso encargarle más trabajos. La dupla Macías/Ferro tambien publicaría su último trabajo (Detrás del Espejo, con dibujos de Lito Fernández) y todo el contenido cayó en los hombros de dos grandes guionistas, con mucho oficio, pero que evindenciaban un ritmo industrial que le hizo severo daño a la revista. Para colmo, comenzó a proliferar el policial por sobre los otros géneros, y esto hizo que haya mucha menos variedad a la hora de la lectura.
Dos años despues, todos estos aspectos negativos se profundizarían a niveles drámaticos. La Skorpio, que hacía menos de cuatro años había supuesto un resurgir impactante, se encontraba adocenada, sus artistas cansados o trabajando a media máquina, los nuevos portadistas en un nivel bajísimo (recuedo las tapas de Maraschi) y las posibilidades económicas bastante destruidas. Claro, tampoco era tan raro toparse con una joya o algun material de cierto nivel, pero el grueso de lo publicado era bajo comparándolo con lo de escasos años atrás. Progresivamente desaparecieron las series y las páginas se poblaron de capítulos autoconclusivos, lo que habla a las claras de que una Parca rondaba por la célebre redacción de Avenida de Mayo. Se probó con un concurso de historieta erótica que terminó siendo anecdótico. Pero quizá el dato más alarmante de esta situación, crítica, fue que hasta un histórico como Juan Zanotto había dejado de publicar en la revista. Quien estuviera desde el primer número con Henga (y luego vinieron Hor, Tagh, Bárbara, Nueva York Año Cero, Penitenciario, Crónicas del Tiempo Medio etc.) se había esfumado de los cada vez más sombríos sumarios del magazine, sin explicación alguna.
Algunas series del 95 no resultaron buenas (sobre todo Detective Stories y Darkness, las dos muy flojas). Y así, en enero de 1996, despues de 22 años de publicación initerrumpida, salió aquel triste número 235, el último de un linaje brillante que se apagó abruptamente. Encima quedaban truncas las dos únicas series rescatables de aquel entonces, el violentísimo policial Ciudad Sitiada (Mazzitelli-Fernández) y Los Días del Gitano (Slavich-Breccia). Como le pasó a Fierro, o como le pasaría pocos años después a una Editorial Columba ya en completa decadencia, a Skorpio le sacaron el respirador artificial y se murió. Punto.
Atribuir su fin a una sola causa sería temerario. La crisis económica de los 90 -y con el cambio monetario del uno a uno, que ya no permitía a la revista disfrutar de las otroras generosas divisas italianas- siempre es un factor primordial, pero debemos ver algo más. Los superhéroes ingresaron fuerte al país de la mano de Editorial Perfil, y con ellos, una nueva generación de lectores que demandaba otras cosas. Hubo un recambio generacional importante, al punto que el formato antología quedó en desuso, no sólo en Argentina sino en el mundo entero. Se puso de moda el formato novela gráfica, y las historietas pasaron de los kioscos a las comiquerías: las comiquerías, con el cambio monetario, comenzaron a importar. En fin. El final de Skorpio, al igual que el de Fierro y el de Columba, obedece, creo yo, al fin de una época. Una época hermosa, sí, pero que definitivamente ya quedó atrás.
Skorpio hoy está en el olimpo de las grandes revistas de la historieta argentina, junto a Patoruzito, Misterix, Hora Cero, Fierro primera época e incluso El Tony y Dartagñan.
Por eso éste recuerdo. En el vigésimo aniversario de su desaparición física, oda a Skorpio: el mundo de la gran historieta.
