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Vida y obra de Mikilo: El gran héroe mitológico autóctono – Segunda parte

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Vida y obra de Mikilo: El gran héroe mitológico autóctono – Segunda parte

Culmina el repaso por la trayectoria del personaje que ya es leyenda, por Mariano Sicart.

Culmina el repaso por la trayectoria del personaje que ya es leyenda, por Mariano Sicart

Se va la segunda

El regreso de Mikilo a la vida editorial luego de la cancelación de su propio título se dio bajo el formato de novela gráfica, en un volumen “Especial” de 64 páginas aparecido a fines de 2002, con portada de Ariel Olivetti y prólogo del antropólogo Adolfo Colombres, autor del libro “Seres mitológicos argentinos” (2001), de quien su tocayo ficticio comparte también la apariencia. Otra sección ya vista en el primer tomo y el cómic es la galería de ilustradores, pin-ups firmados esta vez por Juan BobilloSilvestre SzilagyiGustavo Desimone y Jorge Lucas. Con Rafael Curci siempre a cargo de los guiones, las siete historias autoconclusivas del libro contaron en la faz gráfica con artistas invitados, además del equipo fundacional integrado por Tomás Coggiola y Marcelo Basile, responsables de ‘Dos Hermanas’, el primer relato, de veinte páginas.

Los protagonistas llegan a San Juan por un trabajo que Adolfo debe realizar para un museo, certificar históricamente el hallazgo de una niña indígena momificada en el cráter del volcán Llullaillaco, por parte del alpinista Jako Ramírez. Extraños sismos azotan la región, mientras Mikilo investiga la habitación de hotel del escalador, a raíz de haber identificado la marca de un anillo Siwi Zupay faltante en uno de los dedos de la momia. Pronto descubre que Ramírez secuestró a otra niña, hermana de la momia, que revivió al separarse, y Adolfo observa que pretende venderlas a un terrateniente inglés, Lord Hogwars, al que cita telefónicamente en un llano del volcán. Antes de poder advertir al director del museo, los dos son reducidos y llevados al lugar del intercambio.

Cuando el jet privado del inglés con las niñas a bordo está a punto de alzar vuelo, Mikilo interviene estrellando el tronco de un árbol contra una turbina de la nave, evitando el despegue. Pachakutij, el espíritu del volcán, al que habían sido ofrendadas las hermanas por su tribu, desata su furia y la erupción comienza. El inglés y su secuaz se hunden por completo en ríos de lava, que caen rumbo al pueblo. Una roca en llamas alcanza el camión de Ramírez, que sobrevive por llevar la sortija hechizada. Cuando intenta disparar a nuestros héroes, la maldición lo momifica al instante. La lava se desvía por una ladera antes de llegar al pueblo. Adolfo y Mikilo reúnen a las hermanas, devolviéndolas al volcán. Tiempo después, la nueva momia es exhibida en el museo.

Besos son besos’ es un relato de cinco páginas, bien ilustrado por Sergio Ibáñez con un buen trabajo de fondos a cargo de Daniel Frattini. En Vichigasta, La Rioja, una familia convoca a los hermanos para hallar a su bebé extraviado en el monte. Mikilo observa que junto al hogar hay mucha leña, el padre señala que taló en cantidad para proteger a sus siete hijos del frío. Caída la noche, nuestro héroe explica a su hermano que el bebé debe encontrarse en manos de La Capansucana, y que debe reclamarlo solo. Adolfo imagina al ser como una bestia peligrosa, ignorando que es una morena joven y voluptuosa que cuida a los niños que esperan a sus madres mientras ellas juntan algarrobas, pero no los devuelve si cree que los padres se exceden en el talado de esos árboles. Mikilo llega a su rancho y tras una noche de placer, vuelve en la mañana con el bebé en brazos, para tranquilidad de Sosa, que había imaginado otro tipo de encuentro.

Wilka, el idiota’ es una simpática anécdota menor de cuatro páginas, dibujadas por Leonel Castellani, y grisados de Gabriel Guzmán, ambos del Estudio Kaboom. En el interior de una cueva, junto a varios cacharros, Adolfo desempolva una botella que pretende catalogar. Al destaparla surge Wilka, señor de las brumas, que se niega a conceder tres deseos, y pretende comerse al antropólogo. El héroe le gana con astucia, retando al vanidoso ser a atrapar una mosca que caza y mete en la botella, con la condición de no romper el cristal. El genio se introduce en ella y Mikilo vuelve a taparla, encerrándolo dentro. Los hermanos sellan la cueva y abandonan el lugar.

‘El desquite’ es una historia de diez páginas, magníficamente dibujada por Quique Alcatena. Se inicia con Adolfo internado, sin que los médicos sepan determinar por qué se encuentra en estado de coma. Mikilo sospecha de un maleficio y sale del hospital para enfrentar al Cachirú, enorme lechuzón que suele arrebatar las almas de quienes fallecen. El ave dice estar allí para llevarlo a las cuevas de La Salamanca, por pedido de su padre. Allí, Mandinga confiesa que tiene parte del alma de Sosa en una botella, retándolo a quitársela. Mikilo consigue arrebatársela y se la arroja al Cachirú para que la devuelva a Adolfo, pero pierde la pelea y termina en un foso con otros seres mitológicos. Ellos opinan que merece ese destino, por abandonarlos y vivir entre los hombres. La Pachamama interviene, devolviéndolo a estos lares al darle la oportunidad de elegir libremente su lugar en el mundo, con la única condición de que no los olvide.

Alcatena divide secuencialmente el relato, el dibujo de lo que sucede en nuestro mundo está entintado, lo que transcurre en La Salamanca, trabajado directamente a lápiz, logrando un original contraste que dinamiza la narrativa. Por lo demás, su recreación de los seres mitológicos no tiene nada que envidiar a aquel capítulo de ‘El Sueñero’, dibujado por Enrique Breccia en los ochenta. Si a eso sumamos una trama significativa en la vida del personaje, el resultado es un capítulo esencial de la serie.

‘Los dos balseros’ tiene seis páginas, y arte de Rubén Meriggi, de buen trabajo en fondos y los momentos de acción física. Adolfo y su hermano rastrean en la selva misionera a tres alumnos suyos extraviados mientras buscaban el templo de Tupao-Yaguareté. Los dos balseros que conducen a los protagonistas por el río afirman haber sido sus guías. Por la noche, Mikilo decide ganar terreno y deja a Sosa mateando junto al fogón. Los remeros aparecen de improviso ante él. Advertencia mediante, comienzan un rito para el que tiran unas pieles de tigre al suelo, revolcándose sobre ellas y transformándose en unas bestias mezcla de hombre y felino, dispuestas a atacarlo. Machete en mano, Mikilo reaparece para decapitar a uno de ellos, cortando un brazo del otro, que huye. El héroe había hallado al grupo en una Iglesia construida sobre el viejo templo, del cual los seres eran custodios. Por esta razón, de común acuerdo, deciden mantener oculta la ubicación del lugar.

‘El Futre’ es un capítulo de cinco páginas, bien resuelto desde la ilustración por el maestro Francisco Solano López. Transcurre en cercanías de Puente del Inca, Mendoza, lugar al que los hermanos no logran llegar debido a una intensa nevada. Refugiados en un parador abandonado, encienden un hogar para protegerse del frío cuando el misterioso visitante del título arriba al lugar. Tras presentarse, amenaza con disparar su revolver contra Adolfo si Mikilo no juega con él. El héroe lo vence en Póker, Generala y Truco. Al quedar desnudo por haberse jugado hasta el esmoquin que vestía, ofrece su cabeza, que toma entre sus manos y pone sobre la mesa, para volársela de un tiro al perder otra vez. Sosa observa que luego del disparo, sus restos desaparecen misteriosamente, por lo que concluyen que el compulsivo jugador era un fantasma.

‘El Curupí’, episodio de seis páginas dibujado por Diego Greco, transcurre en un poblado indígena correntino. Los paisanos advierten a los protagonistas de la desaparición de tres muchachas, quienes habrían sido secuestradas por el ser del título, un hombre dotado con un miembro viril de varios metros y los talones al revés, para violarlas primero y abandonarlas en el monte después. Otorgan a Mikilo un machete, con la intención de que el monstruo sea castrado si lo encuentran. Al dar con su rancho, una violenta pelea se sucede. Nuestro héroe resulta ganador, pero no llega a realizar el temido corte debido a la intervención de las tres mujeres, que estaban disfrutando de una singular orgía. Ellas dicen haber huido con el Curupí por gusto. Los hermanos abandonan la tapera sin saber como explicar lo sucedido a los hombres de la aldea.

Una selección de peso

En Marzo de 2005 el primer número de la efímera revista ‘45 Toneladas’ de Editorial Perfil, dirigida por Sanyú, recopila gran parte de la etapa comic-book de Mikilo. Incluye la saga ‘Patagonia’, y los unitarios ‘La caja de plagas’‘Un Dios de trapo’ y ‘Las tres Brujas’. Además, el tomo de 96 páginas en formato fanzine presenta tres nuevos relatos inéditos, de dos páginas cada uno, firmados por los creadores del personaje.

‘La Colchona’, encuentra a Adolfo atravesando a caballo en mitad de la noche un monte neuquino, cuando es sorprendido por una anciana que suele abalanzarse por la espalda sobre jinetes desprevenidos, avejentándolos hasta la muerte con su abrazo. Mikilo aparece a tiempo, empujando contra un árbol a la desgreñada mujer y alejándola de Sosa, que recobra aspecto y edad normales cuando el maleficio se desvanece.

‘La luz de Santos Vega’ tiene lugar en Tandil, durante una mateada nocturna que los hermanos comparten con dos aparceros. Charlan sobre el célebre gaucho payador, que fuera vencido en su afición por Juan sin sombra, una encarnación de Mandinga. Con su alma como trofeo, éste lo convirtió en una luz penitente que vaga por los campos. Cuando una luz surge instantáneamente sobre un alambrado cercano, Adolfo ensaya una explicación catedrática al fenómeno, que no convence a los paisanos. Mikilo, no concuerda, argumentando que la ciencia carece del encanto que ofrece el mito.

‘Los yuyitos de Irupé’ transcurre en Posadas, donde el antropólogo se encuentra a gusto mateando mientras una bella joven se baña en un arroyo. Mikilo se presenta y le dice que lleva cinco días buscándolo. Adolfo se disculpa, pero tiene una excusa, estuvo en compañía de la moza, compartiendo mates y sexo. Su hermano sospecha un gualicho, y le ofrece un mate con una contrayerba que anula los efectos bajo los que estaba, permitiéndole ver a la obesa mujer que lo acompañaba, en un gracioso final.

Apariciones periódicas                                                                                                                      

En junio de 2009 salió a la calle el primer número de ‘Comic.Ar-El periódico de historietas’, con dirección editorial de Tomás Coggiola. La idea detrás del proyecto independiente era recuperar el formato de la tira y páginas apaisadas, dando cabida a una gran variedad de autores y géneros, con predominio de humor gráfico e historieta, aunque también incluyó entrevistas y reseñas vinculadas al medio. Convertida al año siguiente en revista, llegó a los diecinueve números de publicación hasta Agosto de 2012. Obviamente, Mikilo fue de la partida, con un total de ocho relatos autoconclusivos escritos por Curci, que fueron dibujados tanto por el equipo gráfico original, al que se sumó Andrés Cornejo en color digital, como por dibujantes invitados.

Aparecido en el segundo número, ‘El Toro Zupay’ tiene lugar en una gran y próspera hacienda. Su propietario, el agonizante anciano Don Braulio, conocido de Mikilo, lo convoca para pedirle un favor antes de morir. Preocupado por el futuro de sus hijos, que no dudan en llevarse de la estancia todo lo que pueden en un camión, el viejo pretende que su amigo enfrente al ser del título, una cruel encarnación de las tantas que toma Mandinga, e impida la concreción de un antiguo trato. Bienestar y fortuna personal a cambio de su alma al morir era lo pactado, y el toro se presenta en la noche, tras el deceso del hacendado, para cobrarse. Una estampida devenida en tornado arrecia todo a su paso, ante la sorpresa de Adolfo y la viuda, que no entiende por qué no la llevó con él. Poco puede hacer el héroe para impedir que lo convenido entre ambos, se cumpla.

El número cinco presenta ‘Un Fénix criollo’. En un monte salteño al pie de las montañas, Adolfo está siguiendo las huellas dejadas por Mikilo en plena noche, alumbrándose con un farol de mano. Ambos intentaban dilucidar lo sucedido con cuatro personas que desaparecieron sin dejar rastros en la región. Un Kilieni, águila mítica de gran tamaño que devora humanos apilando sus restos en una cueva, era responsable. Apareciendo de repente, sujeta de los hombros a Sosa para elevarlo hasta su guarida. Todo parece perdido, pero el héroe surge desde lo alto. Forcejeos mediante, pide a su hermano el farol, que arroja sobre el ser para incinerarlo al grito de su clásico ‘ojalá te duela’. Adolfo pregunta si el águila está muerta y Mikilo responde, con un tópico recurrentemente bien usado en la serie, que los mitos no mueren, renacen. La viñeta final muestra romperse el cascarón de un huevo del ave dentro de la cueva.

‘La bruja Mekala’, capítulo del octavo número, está ambientado en un asentamiento jujeño integrado por indígenas aymarás y trabajadores de Bolivia. Un anciano de ese país advierte a los hermanos sobre Mekala, que aparece en las noches de luna llena para matar corderos y robar almas de niños extraviados, guardándolas en los bolsillos de su vestido. Pese al hallazgo de varios terneros muertos y la falta de un pibe del pueblo, nadie parece prestarle atención a sus dichos. Adolfo y Mikilo deciden montar guardia en el corral esa noche, mateada mediante, mientras todos se refugian en el caserío. La pérfida mujer hace su aparición y el héroe pelea con ella. Volando, logra escaparse, no sin antes que Mikilo arranque un trozo de su vestimenta con un bolsillo que contiene el alma del chico. Se realiza un ritual para que el pequeño descanse en paz, mientras el viejo reflexiona sabiamente acerca del porvenir, la esperanza y su contracara, el miedo.

‘Los espíritus de la floresta’, número once, transcurre en Tierra del Fuego. En el viejo Fiat Spazio con el que recorren el país, el dúo protagónico arriba a la cabaña de Laura, fotógrafa exalumna de Sosa. Una serie de imágenes tomadas por ella muestran un viejo pino acercándose cada vez más a su casa. Pronto les cuenta que hace cinco años dos mujeres del lugar desaparecieron misteriosamente. Un parco guardia forestal no ve con agrado la intención de investigar estos sucesos por parte de los recién llegados.

Cuando Mikilo, Adolfo y Laura son conducidos por un Yósi, antigua deidad Ona que adopta la forma de árbol, hacia dos cadáveres femeninos ocultos en el bosque, los hechos se aclaran. El agente había violado a las mujeres perdidas, dándolas por muertas, pero sobrevivieron hasta dar a luz a dos bebés, ayudadas por estos seres. El guardia aparece y dispara contra Mikilo. Quiere eliminar a los testigos para ocultar su participación, pero un árbol interviene y lo engulle por completo. Los espíritus explican su intención de que Laura se haga cargo de los chicos, dado que ellos ya no pueden hacerlo, por estar próximos a extinguirse. Ella los toma a su cuidado y los yósis se pierden en el interior del bosque nevado, meros fantasmas de un pueblo que no existe.

El decimoquinto número presenta ‘Se presume lobizón’, primer episodio con dibujante invitado, el detallista Silvestre Szilagyi, de estilo clásico y ágil narrativa, que complementa con una lograda ambientación. En un poblado sobre las montañas, los protagonistas se topan con una partida de caza local que llega al hogar de Indalecio, paisano al que acusan de ser el lobizón que asola el ganado de la zona. Solo el pedido de su bella mujer, a quien muchos desean, evita el linchamiento. Los hermanos notan el ánimo caldeado, por lo que deciden acampar esa noche en las afueras, solo para toparse con el monstruo, a quien Mikilo corta una pata con un machete. Los aldeanos iban tras él, pero al perderle la pista, vuelven al rancho de Indalecio para balearlo. El final llega con la viuda, ahora manca, hecho que la descubre como el auténtico lobizón, velando a su marido sola en una Iglesia. Adolfo y Mikilo, que se disculpa con ella,  la acompañan.

‘La vieja de la huerta’, publicado en el número dieciséis, cuenta con lápices de Diego Greco, habitual portadista de la revista, de sólida labor narrativa desde el dinamismo de la puesta en página y un estilo con similitudes al de Juan Bobillo. De paso por un poblado de San Luis después del mediodía, el dúo protagónico comparte una mateada con otro personaje mitológico, La Pericana. Conocida de Mikilo, la anciana que asusta a los chicos que no duermen la siesta y comen frutos a escondidas, les cuenta que su tarea es complicada, debido a que los pibes ya no le temen ni respetan. Adolfo recomienda que lo deje, pero ella replica que hacer eso es su razón de ser. Entonces cuatro traviesos chicos se internan en el huerto para hurtar unos zapallos, la mujer recibe sus burlas y a duras penas logra que abandonen su cometido, tropezando al seguirlos y cayendo de bruces contra un zapallo, en un final algo cómico aunque no exento de reflexión.

Pol Maiztegui, en blanco y negro con un trazo que remite al último tiempo de Francisco Solano López, de quien fue colaborador, dibuja ‘Ramiro’, en el siguiente número. En San Ignacio, bajo la lluvia, un niño pide ayuda a Mikilo y Adolfo. Dos amigos suyos están en peligro, ya que jugando a la escondida llegaron al rancho de La Solapa, siniestra anciana que suele desaparecer chicos entre los pliegues de su enorme pollera, que eleva en el aire cual remolino para luego arrojarlos contra el suelo y comerlos. Ramiro los conduce hacia allí justo cuando la vieja está a punto de acabar con los niños. Mikilo presenta pelea y logra rescatarlos, aunque no evita que su captora huya por los aires. Sosa les dice a los pibes que deberían agradecerle a Ramiro, quien ha desaparecido en el tumulto. En un intrigante final, éstos explican que eso no puede ser, que él era amigo suyo, pero hace tres años La Solapa lo atrapó y nunca más lo vieron.

El número final de la revista incluye ‘La pesadora’, con Santiago Caruso a cargo de los dibujos, que se vale de grisados para generar el clima del capítulo. Una mujer mayor acude a los protagonistas, puesto que esa noche recibirá la visita del ser del título, ente fantasmal que periódicamente pasa a recolectar sus ovillos de lana, como condición para no llevarse a su cueva a quien no cumpla con la cuota pactada. Ella ha tenido problemas de salud y no pudo realizar el pedido. Mikilo le dice que descanse en su mecedora y haciéndose pasar por la dueña de casa, ahuyenta al ser con un crucifijo. Pero la anciana ha desaparecido en la penumbra. Ya fuera del rancho, Adolfo y Mikilo ven como su espíritu se reúne con los de sus dos hermanas, llevadas hace sesenta años por La Pesadora por no haber entregado los ovillos. Finalmente, las tres vuelven a estar juntas.

Retrospectiva

Durante los noventa, nuestro mercado vio el final de un forma de comercialización  muy exitosa en décadas pasadas, la antología de historieta. La independencia editorial llegó bajo el formato cómic book, viable desde los costos y con mayores posibilidades para consolidar personajes. Mikilo fue el último y más acabado exponente de la tendencia de los héroes nacionales, que se había iniciado con Cazador (LucasRamírezOlivetti y Cascioli), Animal Urbano (GrilloMolina) y Caballero Rojo (TorresNavarro).

La referencia norteamericana ineludible es, obviamente, Hellboy (Mignola), pero nuestro ñato héroe tenía un el plus de un patrimonio simbólico propio. De hecho, el personaje surge como adaptación de una leyenda diaguita preexistente, que se enriquece al incorporar varios tópicos muy poco transitados en el medio, el rico acervo cultural indígena y criollo, las condiciones de vida de los pueblos originarios en la actualidad, o la negación de las tradiciones locales en favor de las provenientes de otros países, sociedad de consumo mediante. La particular dupla que conforma con su hermano introduce la cuestión científica frente a lo sobrenatural. Lamentablemente, por distintos motivos ese enorme potencial no llegó a ser del todo explorado por los autores en su dilatada vida editorial.

El envión comercial que supuso para Comic.ar Ediciones publicar Dago en el país, permitió que en 2013 el sello reeditara en tomos apaisados algunas de las tiras que salían en el periódico de historietas, por lo que no es descabellado suponer un regreso de Mikilo a las comiquerías. Quedan muchas historias por contar y personajes legendarios por revisitar. Después de todo, si algo hemos aprendido es que los mitos nunca perecen del todo, siempre terminan resucitando. Para seguir dando pelea a la razón y el olvido.

 

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